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Política Provincial
20 de enero de 2016
MANO A MANO

"En la escuela secundaria me aburría mucho"

El titular de la cartera educativa, Alejandro Finocchiaro, habla fuerte y claro. Y suena contundente. Le pega duro a la administración anterior y cuenta sus anhelos para la actual. Recuerda su paso por la escuela

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Viene de la Ciudad, pero aclara que es de la Provincia. “Soy bonaerense”, destaca el flamante titular de la Dirección General de Cultura y Educación, Alejandro Finocchiaro. Ya con las riendas tomadas, recibe a La Tecla en su despacho y, además de contar lo que proyecta en su administración, le pega con dureza a la anterior. Sin vueltas, destaca que Scioli “no gobernó”.

También hace hincapié en la necesidad de entrelazar de manera correcta al sistema educativo con las nuevas tecnologías, destaca la figura y el rol del docente y recuerda su paso por la Primaria y la Secundaria. La charla se da de manera natural; tanto, que arranca sin pregunta.

“Vamos a trabajar con las buenas prácticas docentes. Necesitamos jerarquizar el rol del maestro. Hay un montón de gente que cree que los docentes son vagos y no trabajan. Las generalizaciones son muy malas. Hay muchos maestros que educan muy bien y que trabajan mucho, al igual que directivos e inspectores. Queremos buscar cuerpos directivos y docentes que salgan de la media y premiarlos.

-¿Qué serían esos premios?
-Puede ser algo para la escuela. Lo estamos definiendo. Pero el gran premio es el reconocimiento. Y luego, a partir de un trabajo sobre las buenas prácticas, ellos contarán a los demás que es lo que hacen, por qué fueron reconocidos.

-También hay maestros que están por debajo de la media… ¿Cómo se va a tratar ese tema?
-Como se trabaja en cualquier lado. Nosotros tenemos que capacitar a nuestros docentes. Primero tenemos que trabajar sobre su formación. Tenemos que ofrecerles capacitación permanente en servicios, adentro del aula y, también, afuera del aula. Con el sistema tenemos que armar manuales de buenas prácticas. Deben estar todos adentro: el gobierno, los inspectores distritales, los directivos y los docentes. Ese docente que hoy está desmotivado tiene que motivarse. Por lo mismo vamos a encarar obras de infraestructura. Tenemos que lograr que la escuela vuelva a ocupar el centro de la escena y que el maestro vuelva a obtener en la sociedad el lugar que tenía antaño. El maestro debe volver a ser una figura prestigiosa, porque de hecho lo es. Hay muchos maestros que enseñan en condiciones tremendas y, a pesar de todo, enseñan. Entonces, revaloricémoslos, motivemos a los que están desmotivados y trabajemos en una gran alianza con los docentes, los gremios, con la familia, con los alumnos. Así vamos a poder recuperar la educación en la Provincia.

-¿Se está muy lejos?
-Acá no han evaluado mucho, y la verdad es que en este momento, por una cuestión presupuestaria, no tenemos como prioridad montar un organismo de evaluación. Nos vamos a apoyar mucho en Nación. Hacer una buena evaluación nos lleva más o menos dos años. Lo que nosotros sabemos es que la mitad de los chicos terminan el secundario sin comprender textos. Sabemos que el 29 por ciento de los chicos de doce años para arriba están afuera del sistema educativo. Tenemos la presunción de que en muchos lados terminan la Primaria apenas sabiendo leer y escribir y deletreando, y sin conocer operaciones matemáticas básicas. Nosotros tenemos que atacar todo eso. Estamos lejos.
-
¿Y usted, qué tipo de alumno era en la escuela primaria?
-Fui un muy buen alumno. Mi papá nació en Chivilcoy, terminó la Primaria y se vino a trabajar en la arenera de San Fernando. Aunque no concluyó la Secundaria, siempre buscó ser más. Terminó siendo visitador médico. Aprendió mucho. Mamá era una maestra normal nacional. Trabajó en las islas del Tigre hasta que nacimos mi hermano y yo. Era casi cambiar la plata y se quedó en la casa. Antes de ser visitador médico, papá fue viajante de Licores Peters y pasaba muchas noches fuera de casa. Entonces yo me iba a la cama con mamá y ella me leía. Pero después ya no era sólo a la noche. “Mamá, leeme; mamá, leeme”, todo el día. Por supuesto, se cansaba y me corría. Entonces le pedí que me enseñara a leer. Con un cuadernillo empezó a enseñarme.

-¿De qué edad estamos hablando?
-Cuatro o cinco años. A los cinco ya leía. Entré a la escuela primaria sabiendo leer correctamente, incluso libros de la editorial Robin Hood. No recuerdo si sabía escribir y no recuerdo si sabía leer manuscrito. Se me mezcla. De todos modos, fue terrible para mí. Estuve prácticamente dos años en penitencia, porque hacía lío. En segundo grado fueron seis meses seguidos. Me tenía que quedar parado en la puerta del aula y sin recreos.

-Una mezcla de aburrimiento y rebeldía…
-Antes empezabas a leer en primer grado y terminabas en segundo. Pero yo había entrado sabiendo. No era malo. Hacía lío todo el día. Recuerdo con mucho cariño que una maestra de tercer grado, muy gritona, después de mandarme una macana me preguntó si estaba orgulloso de lo que había hecho. Soraida se llamaba. “A mí me habían dicho que era más inteligente que esto”, me dijo. Me mató, me desarmó. Tenía apenas ocho años. Después fue ella quien me hizo ir a la bandera por primera vez. En resumen: tenía muy buenas notas pero muy mala conducta.

-¿Y en la Secundaria?
-Creo que terminé primer año con 9,63 de promedio. Después fui un adolescente. Es algo que no les cuento demasiado a mis hijos, pero fue así. En segundo me llevé una o dos materias, que después me di cuenta de que no eran tan difíciles. Me aburría muchísimo en la Secundaria. Leía Cortázar, Borges y mucha política internacional. Desde los diez años empecé a fascinarme con la política internacional. Y es algo que aún hoy me encanta. El tema es que hice Perito Mercantil. Lo que tendría que haber hecho era el Bachiller. En tercer año, que era casi todo números, me quería matar.
-Matemática financiera, contabilidad…
-Todas esas materias me las llevé siempre. Es más: cuando tengo alguna pesadilla sueño con una profesora de matemáticas que siempre nos tomaba pruebas sorpresa después de un feriado. Obviamente no voy a dar el nombre. Pero era una cosa terrible. Por supuesto, hay que ser un buen alumno. Es lo que les inculco a mis hijos.

-¿Cómo se hace para ser el líder de la educación en la provincia de Buenos Aires y tener hijos adolescentes, con todo lo que eso implica?
-Es la vida. Trato de ser un padre lo más presente posible; de hecho creo que lo soy. Tengo todos los errores que tienen todos los papás. Seguramente voy a aprender a ser un gran padre el día que sea abuelo. Con lo único que los incordio hasta el cansancio es con el tema educativo. Yo vengo de una familia muy humilde, y lo poco o mucho que conseguí en la vida me lo dio la educación, que es un activo que nadie te puede sacar. Vos podés heredar de tu padre una fábrica, pero la podés perder; tu educación no la perdés nunca.

-¿Esas son las enseñanzas que intenta que sus hijos aprendan?
-Ellos, mis hijos, tienen que aprender eso. Es con lo único que los vuelvo locos. Después soy más permisivo que mi esposa. Tomás Bulat decía algo así como que cuando se nace pobre, estudiar es el mayor acto de rebeldía. El conocimiento rompe las barreras de la esclavitud. Nosotros tenemos que hacer que la escuela recupere ese factor de movilidad social. Antes, un chico era pobre pero tenía horizontes. Y eso se lo daba la educación. Los chicos soñaban con ser bomberos, policías, médicos, mecánicos, abogados. Las chicas soñaban con ser maestras, modistas, médicas, abogadas. Tenían sueños. Hoy, la marginalidad que produce la pobreza hace que esos sueños y horizontes no existan.

-¿Cómo cree que es la realidad de esos chicos sin horizontes?
-Un chico de 13 o 14 años que está en tercer grado de la Primaria, apenas deletrea y no sabe sumar ni restar; no puede soñar con ser médico, abogado, policía ni bombero. Ese chico, lo que tiene enfrente es un muro enorme, que ni siquiera alcanza a ver dónde termina. Vende paco, sale a robar. Su perspectiva de vida, si es que llega, son tres o cuatro años más. Nosotros tenemos que derribarle el muro y mostrarle el horizonte. Eso se logra con la educación. No sé con qué sueña un chico de seis o siete años ahora, pero cuando yo leí La Ilíada a los nueve años quería ser Héctor. Vos tenés que soñar con ser el héroe de tu película, con llegar a lo más alto. Después, si llegaste a la mitad, no está mal; pero lo intentaste, tuviste las herramientas.

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