30 de diciembre de 2014
ENTREVISTA
Slezack, un intendente "con alma de barrio"
El intendente de Berisso vive en el histórico Barrio Obrero, muy cerca de uno de los asentamientos más grandes del distrito. En esa casa que hizo Perón se crió, conoció a su mujer y nacieron sus hijos. Familia típica de clase media. Historia de vida y definiciones políticas

Enfrente, la casita de los viejos. Al lado, el hogar donde vivía Susana Pankín, la que a los 13 años le robó el corazón, luego le dio tres hijos y, pese a no gustarle la política, siempre lo bancó. Enrique Slezack, el intendente de Berisso por tres períodos consecutivos, sigue siendo un hombre de barrio, del mítico Barrio Obrero.
Sólo su hijo mayor, Matías, trabaja con él en política; está a cargo de Control de Gestión del Municipio. El del medio, Federico, es el 2 titular de Villa San Carlos, cuyos colores inundan la casa de fotos y hasta un reloj de pared. El tercero, Fernando, atiende un modesto corralón familiar.
A esta familia tipo le faltaba la nena, pero hace dos años llegó Paulina, hija de Matías, única nieta. “Nos da vuelta la cabeza”, dice el abuelo, orgulloso. “Lo puede”, afirma Susana.
-¿Cuántos años en el barrio?
-Siempre, salvo un tiempo. Vivíamos acá con mi abuelo, y se ve que algunas historias de molestias entre mi viejo y él habría y nos fuimos a Villa San Carlos, y después al ba-rrio del Puente Roma, cerca del club Almafuerte. Después volvimos; así que yo, que tengo 60, llevo 50 años acá. Cuando me casé con Susana estuvimos alquilando en otro lugar y después volvimos, al lado de la casa de mis suegros.
-No es muy común que los políticos se queden siempre en el barrio.
-A mí me gusta el barrio. Y no tengo miedo ni el culo sucio como para no estar acá. No me molesta. Acá al lado hay un asentamiento muy grande, que lo tenemos en el plan de erradicación de villas, y pasan y te gritan “Quique, quiero laburo, dame un peso”. Pero salís, lo hablás y no pasa nada.
-Bien de pueblo del interior.
-Sí, pero acá hay noventa mil habitantes. Y con todas las complejidades del Conurbano. Es complejo para ella (señala a su esposa), y para mis hijos. Los entornos de los hijos generan demandas, los amigos le dicen “che, conseguime laburo”. Y ellos sufren la locura mía de la política. Para mí, ser el hijo de un trabajador de astillero nacido en el Barrio Obrero y llegar a ser intendente es un tema que solamente el peronismo te permite.
-¿Por qué tenemos la cultura de pedirle todo a la política?
-Porque el municipio es el Estado más cercano. Hace mucho tiempo no pasaba eso. Yo me acuerdo de vecinos haciendo zanjas para poner el agua, armando la estafeta postal, la escuela, la salita sanitaria. Hasta el año ‘57 éramos un pueblo de La Plata y siempre decíamos que éramos el patio trasero de la región; con el polo petroquímico desarrollado en Ensenada, La Plata con su historia cultural y universitaria, y nosotros nada; sólo los frigoríficos Swift y Armo, el olor a guano, la historia de la carne, los frigoríficos trayendo la mano de obra del extranjero corrida por la guerra, y del interior también, por los feudos. Entonces los vecinos hacían las cosas que el barrio necesitaba. Hoy es como que al Estado municipal se le reclama todo: si hay mosquitos, perros que muerden, ruidos de motos, guardería, unidades sanitarias, cultura, deportes, mayor infraestructura, seguridad; y todo por tasas municipales que son exiguas.
-¿Es muy distinto este barrio del de hace 60 años?
-Sí, están todos viejos o ya no están.
-La gente, pero el barrio parece estacionado en el tiempo.
-El barrio era de empleados de astilleros, de YPF, de Policía. Nosotros jugábamos a la pelota, salíamos, íbamos a la matiné de Villa San Carlos, al club, íbamos a pescar a Palo Blanco. Era una historia distinta. Después fue cambiando. El tema de la oscuridad, del desempleo para los hijos de esos trabajadores fue muy grave, porque ver a los hijos que no tenían posibilidades, que no podían desarrollarse, era triste. Ya en el barrio no nos quedan muchos de los viejos amigos; mis suegros, que vivían al lado, fallecieron; mi papá, enfrente, falleció; y vive mi mamá, que tiene un ACV.
SUSANA
-Se pone un poco melancólico cuando habla del barrio.
-Sí, porque ya no están los potreros, aquello de jugar en las veredas, aquello de salir todos a la calle en un momento determinado después de la siesta. Pero yo viví también en San Carlos, en una prefabricada humilde, que había que ir a buscar el agua a dos cuadras. Después nos fuimos cerca del club Almafuerte, y después que falleció mi abuelo volvimos al Barrio Obrero. Y ahí me encontré con mi señora, más linda, que ya me buscaba, me provocaba, y mi viejo decía que la nena de enfrente le buscaba al hijo. Y festejamos juntos los 18 míos y los 15 de ella; seguimos, nos casamos, alquilamos, después compramos esta casita.
-¿Ella siempre bancó esto de la política?
-Mucho no le gustaba, pero sabía que era una vocación y me permitía, al terminar el trabajo, ir a la unidad básica. Tengo una unidad básica en el barrio, acá en la esquina, hace más de 30 años. Y siempre nos preparamos para esta gran oportunidad. Yo soy un agradecido a Dios, porque me puso en un barrio que me dio una actitud, una relación, una formación y la oportunidad que el peronismo me permitiera ser intendente.
-Susana, ¿usted se acostumbró a la política?
Susana: -Más o menos. A estar yo, no; a que ellos estén, sí. Yo acompaño cuando tengo que acompañar.
Enrique: -Nunca ocupó un cargo político. Yo fui 8 años secretario de Gobierno y llevo 12 de intendente. Ella siempre estuvo en casa, cuidando los chicos, siendo el soporte, aguantando las broncas y los malhumores; haciendo lo que hace un ama de casa. Esta-mos muy firmes en la familia.
LOS HIJOS Y LA VILLA
-¿Cómo es esa pasión por Villa San Carlos?
-Yo soy de Boca y de la Villa. Desde que empezó Matías, mi hijo más grande, me enganché. Soy socio desde hace muchos años, pero con los pibes te ponés cada vez más cerca. Ya el del medio, Federico, tuvo la oportunidad de seguir en juveniles, tenía condiciones de seguir; empezó a los 3 y tiene 30, así que hace 27 años que está ahí, excepto dos años, que estuvo en Gimnasia; pero le tira San Carlos y nunca quiso irse a otro club.
-Se recuerda su satisfacción con el ascenso.
-Ni haber ganado las elecciones me dio tanta alegría como esa vez. Eso lo llevás en el corazón, te explota de alegría. Lo otro (ser intendente) es una carga de responsabilidad. No paraba de llorar; estaba con mis hijos y con mi nieta. Salimos campeones ascendiendo a la B Nacional.
-Federico, ¿cómo es tu viejo como hincha?
Federico: -Es tranquilo.
Enrique: -Ahora. Cuando era chiquito le gritaba y un día me hizo “shhh” (se lleva el dedo índice de la mano derecha a la boca).
-¿No juega más al técnico?
Federico: -No, está tranquilo; lo que pasa es que hora le puedo contestar. Además, qué va a decir si nunca jugó al fútbol, así que no puede opinar...
-Matías, ¿y como jefe cómo es?
Matías: -De primera. Me exige más que a los demás, pero…
Enrique: -Además quiero que sea él quien lo haga. Yo, antes, cuando había una campaña estaba en la comisión de organización; que los coches, que la pintada, que los palitos, las sogas; todo. Me gustaba. Yo quiero que él haga lo mismo; le digo: “Fijate que esté aquello y lo otro”.
-¿Vas a continuar la carrera de tu padre?
Matías: -Me gusta la política. Uno de los tres tiene que seguir los pasos. Y me tocó a mí.