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Viernes, 19 abril 2024
UN VECINO MAS
5 de agosto de 2014

Loma Verde, el paraíso de Grondona

Mientras sus restos eran velados en Ezeiza, La Tecla recorrió el pueblo al que Don Julio se llegaba todos los fines de semana. Los vecinos lo definen como “un tipo común”. No pueden creer que ya no esté

Loma Verde, el paraíso de Grondona - La Tecla
Loma Verde, el paraíso de Grondona - La Tecla
Loma Verde, el paraíso de Grondona - La Tecla
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Loma Verde, el paraíso de Grondona - La Tecla
Loma Verde, el paraíso de Grondona - La Tecla

En el predio de Ezeiza se lleva a cabo el velatorio de Julio Grondona, el hombre del que, en general, muchos hablan bien y otros muchos hablan mal. Pero ese general no incluye a la apacible localidad de Loma Verde (General Paz), ubicada sobre la ruta 215, a unos 70 kilómetros de La Plata. Acá, el titular de la AFA es un hombre común, el vicepresidente de la FIFA es un hombre común. Es, no era. A 24 horas de su fallecimiento, los que no concurrieron a darle el último adiós y se cruzan con La Tecla, hablan en presente. Don Julio es, Don Julio hace, Don Julio.

Don Julio siempre estaba bien predispuesto. “Cualquiera que se acerca a la estancia a pedirle un favor, se lleva un sí como respuesta; eso dalo por seguro”, cuenta “El Flaco” Petersen, propietario de la vieja estación de servicio que se ubica en el extenso y desolado acceso al pueblo. “Es el mejor cliente que tengo”, agrega, antes de quebrarse y pedir disculpas por no tener ganas de seguir hablando. “Me da una pena...”, cierra.

La estancia, según dicen, tiene unas doscientas hectáreas. Nadie sabe cómo se llama. Es, a secas, “el campo de Grondona”. Al igual que la estación de servicio, está en el acceso. “Justo en la curva”, orienta un embarrado tractorista. Allí funciona uno de los primeros tambos modelo de la provincia de Buenos Aires. Los muchos empleados que trabajan en el lugar fueron a despedir a Don Julio a la madrugada. Ahora, con profunda tristeza y cierta incertidumbre, descansan, o intentan descansar.

A los tamberos, a los empleados del campo y a toda Loma Verde se les hace imposible creer lo sucedido. Habían visto a Don Julio el fin de semana. Y, como siempre, el presidente de la AFA había pasado por lo de Petersen, por el taller de Biondini, había ido a pagar las cuentas (la gente del campo sacaba fiado), al almacén de Bucossi, había comprado el diario en lo de Moscoloni, había saludado a los pocos efectivos del destacamento policial y había mantenido una simpática charla con una jovencita de 24 años.

“¿Qué edad tenés?”, le preguntó Grondona. “24, Don Julio”, respondió la chica. “¿Me cambiás tu edad por la mía?”, retrucó el hombre, entre risas pero tristón. Ante la inocente negativa, el poderoso dirigente recordó a su fallecida esposa. “Cómo me gustaría tener 24 para estar de novio con mi mujer”, lanzó, palabras más, palabras menos, el ahora extrañado Grondona. La testigo de la charla, como todos los que lo conocieron en profundidad, asegura que “nunca pudo superar la muerte de Nélida”.

Nélida Pariani fue su principal amor. El fútbol, quizá, su segundo amor. Y Loma Verde, si no fue el tercero, fue el cuarto. “Este es su paraíso, ama este lugar. Si no está fuera del país, viene siempre. El viernes a la tarde o el sábado a la mañana ya está acá”, cuenta un robusto muchacho amante de los fierros y empleado en el taller de Biondini. “La camioneta blanca es inconfundible, un fierrazo”, dice respecto de la Wolkswagen Tiguan que conducía Don Julio.

De bombacha de campo y alpargatas “bigotudas”; así cuentan que se veía a Grondona bajar de ese rodado. “Un tipo común”, insisten los pueblerinos, y hacen hincapié en todo lo solidario que era. Con las escuelas, con los bomberos, con sus empleados. “Nunca tuvo un no como respuesta a la hora de brindar una ayuda económica o tocar un contacto para facilitar un trámite, sea éste sencillo o complicado. Una familia lo fue a ver por una internación de un pibe en Cuba y a los quince días estaba todo resuelto”, señala una vecina.

Es la hora de la siesta y la llovizna se va transformando en lluvia. En el ya mencionado acceso se cruzan los autos que van hacia el velatorio y los que ya están pegando la vuelta. Todo pasa, decía el propio Grondona. Todo, menos los recuerdos. El pueblo, pese a lo que se diga en los medios, malo o bueno, siempre llevará a Grondona en su corazón. Se fue un vecino más, un tipo común. Pero quedarán la estancia, los empleados, el cuartel de bomberos y los amigos cosechados durante treinta largos años. Siempre, quedará Loma Verde.


"Don Julio era como de la familia"
“Trataba de no hablar mucho de fútbol; si le preguntabas te contestaba sin problema, pero prefería otros temas, casi siempre vinculados al campo, a la familia. Intentaba desconectarse”, afirma Silvia.
En el almacén de la familia Bucossi consideran a Don Julio Grondona como un “gran amigo”. Mientras Natalio, el hombre de la casa, y Matías, el jovencito ex jugador de Arsenal, lo despiden en Ezeiza, Silvia aguarda la llegada de ellos para ir también a darle el último adiós al vicepresidente de la FIFA.
“No lo puedo creer; hasta que no lo vea dentro del cajón no lo voy a creer. Era un amigo, un familiar más; acá entraba como si fuera su casa”, dice la señora, desde la puerta del negocio (contiguo a la casa). Ya adentro, recuerda con profunda pena que “el sábado había estado acá. Justo cuando vino, su hijo Humberto estaba dando una nota en televisión y mi marido lo hizo pasar para que la viera”.
Como todos los fines de semana, Grondona había ido a pagar las cuentas de los empleados de la estancia y el tambo. Además se llevó un asado completo para, al otro día, el domingo, almorzar con el que todavía era director técnico de la Selección, Alejandro Sabella. Conmovida, la mujer cuenta que durante su estadía en Brasil, en el marco del Mundial, ellos se comunicaron con Grondona en dos oportunidades.
“La principal preocupación de él era si acá, en Loma Verde, llovía mucho”, dice Silvia, y añade que “lo cargábamos porque lo habíamos visto en televisión con la misma camisa amarillo patito que tanto usa acá”. “Lo vamos a extrañar mucho, para nosotros no se murió el presidente de la AFA, se murió un amigo”, finaliza, emocionada, la señora.

Un amigo de los Bomberos que aportó mucho
Los integrantes del cuerpo de Bomberos Voluntarios guardan sumo respeto por Don Julio Grondona. Tiempo atrás, el fallecido titular de la AFA les donó una autobomba y, por si fuera poco, les facilitó todos los materiales necesarios para el nuevo cuartel, todavía en construcción. “Acá derecho vas a ver el tinglado”, dice a La Tecla el oficial Rodolfo Mombelli. “Ayudaba mucho, no sólo a nosotros; Loma Verde es su paraíso”, agrega el uniformado, en este momento de civil.

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